La Sagrada Familia de Nazaret

Al celebrar la Fiesta litúrgica de la “Sagrada Familia de Nazaret”; junto a ella, hacemos memoria agradecida de todas nuestras Familias. Nos atrevemos a decir que hoy celebramos “el día de la familia cristiana”, al contemplar el modelo siempre actual, del Hogar de Nazaret, en el que el Verbo de Dios, la Eterna Palabra del Padre, quiso encarnarse.

¡Dios, por su parte, Origen y Culmen de todo, es en sí mismo una Familia! “Comunidad de Amor y Vida” (Cf. Familiaris Consortio) y comunión de Personas: Padre… Hijo… y Espíritu Santo, Tres Personas distintas pero un solo Dios verdadero. De Él, con justicia podríamos decir: Uno es el que Ama, el Padre; Otro es el Amado, el Hijo; y otro es el Amor, el Espíritu Santo; de tal manera que al hablar de Dios, Comunidad de Personas, apreciamos que su relación más íntima se fundamenta en el Amor, “Dios es Amor” (1 Jn. 4, 8). Él es el Amor mismo; Origen de todo auténtico amor.

El Verbo Eterno, Consustancial al Padre, nuestro Señor Jesucristo, al irrumpir en nuestra historia humana, llegada la plenitud de los tiempos, como el Enviado del Padre; quiso encarnarse en el Vientre Purísimo de María, la Virgen desposada con José, el “Varón justo”, descendiente del Rey David, naciendo por gracia en una Familia, modelo por excelencia de toda Familia.

Y es que la Sagrada Familia de Nazaret conformada por Jesús, María y José, arrojan al mundo, y de manera particular a las familias cristianas, el ideal de familias al que debemos aspirar y poner lo mejor de nuestra parte para conformar. En ella contemplamos con total admiración la apertura a la acción de Dios y como consecuencia de esta, su docilidad, su humildad, su entrega, así como su fidelidad a la Voluntad de Dios.

María, la Virgen Madre profetizada por Isaías, asociada al Misterio de la Redención, al ser llamada por Dios para ser Madre de su Hijo, a través de su “Fiat” pone de manifiesto la especial sensibilidad a la acción del Eterno, por parte de los pequeños y sencillos, a los que Dios se les ha revelado; así como su prontitud a asumir la Misión que Dios le confía; lo que implica un éxodo, es decir un salir, un abandonar sus propios proyectos y propósitos por seguir los que Dios le irá trazando, pues Él Mismo que la ha invitado a ser Madre de su Hijo, le acompañará en este camino que se fragua en el devenir de la historia.

José, el Varón justo, que desde el silencio, al que ha sido obligado vivir, por el usurpador tiránico del Trono de Israel, no desfallece en su fidelidad y observancia de la Ley de Dios, como auténtica expresión de su libertad interior, su libertad de espíritu, desde la que reconoce que el Dios de sus antepasados en el que fervientemente cree, conoce las vivencias de su pueblo y a su tiempo intervendrá. A él, san José, Dios le confía el privilegio de ser el padre legal de Cristo el Señor, debiendo José cumplir con todos los deberes que como tal le corresponden, protegerle, amarle, educarle, proveerle como guardián y custodio de la Sagrada Familia de Nazaret.

Jesús, el Verbo encarnado, “que por nosotros los hombre, y por nuestra salvación bajó del cielo”, reconoce y honra a sus padres, a María, su Madre, y a José, su adoptivo Padre, recibiendo de ellos su vivencia de Fe, en la que destaca el Amor a Dios, su Padre, y el amor al prójimo; aprendiendo de ellos día a día y creciendo “en sabiduría ante los ojos de Dios y de los hombres.”

La unidad familiar es un don de Dios, que debemos pedir constantemente y por el que debemos esforzarnos por conseguirla, poniendo lo mejor de cada uno de nosotros; la madre… solícita y afectuosa con sus hijos, y esposa virtuosa; el padre, cabeza de familia, afectuoso, trabajador y honrado; y los hijos sumisos y respetuosos de sus padres. La familia es garantía de la transmisión de la tradición religiosa y de la fidelidad a la alianza con Dios, por ende de la Construcción de la Civilización del Amor.

Aprendamos pues de la Sagrada Familia de Nazaret que en el centro de nuestras familias debe estar Dios, como fundamento de nuestras relaciones, más allá del rol que desempeñamos, sea como padres o como hijos, y así, sin importar las vivencias del día a día, los claro-oscuros de nuestra propia historia, podremos tener la seguridad de que nuestras familias permanecerán siempre unidas, cimentadas sobre la Roca, pues “Familia que reza unida, permanece unida.”

 

Antífona:

“Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre.”

Deja un comentario